En el taller de duelo vestida de negro. ¿Cómo es posible que yo no sea inmortal? Estás bromeando, ¿verdad?
Lo dice la primera ley de la termodinámica, todo se transforma. Vale que mis abdominales lucen algo derretidos y la piel sobre las costillas a veces decide ponerse colgandera cuando le hacen fotos sin avisar, pero quitando esas leves cosillas todo lo demás responde como si pensara durar para siempre.
También está la segunda ley de la termodinámica, que asegura que todo tiende a la entropía (mi sótano es la prueba viviente de ello) y que por lo tanto el universo se destruirá de puro caos, a menos que nos pongamos desde ya a ordenar los bosques y los ríos por tamaños y colores y a peinar las montañas con raya en medio. Yo creo que lo conseguiremos. Lo único que hay que hacer es decidir si los tonos violetas van con los rojos o después de los azules. Con un buen espectómetro seguro que no hay problema…
Con lo que estoy más preocupada es con el calentamiento hormonal. De noche me sube un fuego desconocido en mi vida que me lleva a la ducha en un intento de evitar la combustión espontánea. Si esto aumenta igual queda una mancha tiznada en el colchón y nada más. Después visualizo glaciares del pleistoceno derritiéndose en mi frente. Me siento muy culpable por mi contribución a la destrucción del planeta tal y como lo conocieron mis bisabuelos, que por cierto jamás salieron de un pequeño pueblo rodeado de olivares y más bien seco y achicharrante.
Y mi vecina dirá: se veía venir… después del permafrost ya estaba todo cantado.
Y bueno, desaparecer un buen día no me parece tan terrible. Soltar el móvil, el 5G y los microchips que cabalgan por mi torrente sanguíneo y adentrarme en la jungla de autobuses por carreteras secundarias en países remotos se me antoja de lo más poético. Lo malo es atravesar este desierto de dudas, el dolor de lo irreversible, este hueco imposible de llenar.
Cubierta de cenizas
opacada en la bruma
del rugiente sonido de estertor
un privilegio
permanecer erguida
emanación de gases
calma, escucha
un súbito tremor
en cada corazón
un ansia, un cuervo
que guarda su poder y la alegría
cubierta de cenizas del infierno