No soy una diosa, soy un fontanero. Enlanube
El zócalo dorado de su risa
saltó por el tejado y con las prisas
olvidé recordarme lo importante:
un corazón de fuego y de diamante.
Saturno recortó mi calendario
huyó la libertad de su sudario
fue todo improvisado y de improviso
el dulce amor se declaró insumiso.
Quién dice la verdad, quién se equivoca
quién maldice mejor, qué alma está rota
tal vez la comprensión nos llega viejos
Quizás menos ardor, menos verbenas
quizás menos soñar, menos poemas
¿quién sabrá reparar nuestros espejos?
¿A quién maldices si maldices al espejo?
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Querido Sisifo
Probablemente a Ikea. Pero las arrugas y los kilos de más son cosa tuya. El pobre espejo «Isfjorden» no tiene nada que ver.
Además es probable que tras lanzar una maldición al espejo te obliguen a subir una roca gigante a lo alto de una montaña por toda la eternidad. Luego no digas que nadie te advirtió. Un abrazo
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Pobre Sísifo.
Lo condenaron por tratar de engañar a la muerte. Patrón de inconformistas, condenado a trabajos forzados.
Será que cuesta abrazarla.
¿Y no hay manera alguna, ni conjurando a Hécate quizá, de romper la maldición?
¿Quizá al menos, paliarla?
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Uf, a saber… yo probaría a cambiarme el nombre
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